Si alguien fuera de Cuba viera esta imagen sin contexto, juraría que el país se prepara para una invasión. Pero no, compatriotas, tranquilos: esto no es un artefacto bélico ni una reliquia del Ejército Rebelde. Es, nada más y nada menos, que un equipo de diversiones hecho a pura inventiva criolla.
La estructura metálica, que parece salida de un museo de mecánica posapocalíptica, es obra de Tony, un vecino de Cruces con más talento que recursos y más creatividad que presupuesto estatal.
Pieza a pieza, tornillo a tornillo, plancha por plancha, Tony levantó este prodigio artesanal, una especie de “montaña rusa móvil del siglo XXIII”, armada con restos de hierro, acero, pintura reciclada y toneladas de ingenio.
Como diría cualquier cubano con una sonrisa resignada: “¡Si no hay, se inventa!”. Y Tony no solo inventó, sino que reinventó la diversión infantil en tiempos donde los parques parecen más ruinas que recreo.
Quienes conocen a Tony saben que este artefacto no surgió del ocio, sino del deseo genuino de devolverle la risa a los niños de su comunidad. En un país donde escasean desde los medicamentos hasta los columpios, su creación se levanta como un símbolo de resistencia cultural: la diversión no se rinde.
Su obra recuerda aquellos tiempos en que los carnavales de barrio eran el alma del pueblo, cuando bastaban unas luces, una bocina y un poco de música para que la alegría hiciera olvidar el apagón. Hoy, en pleno siglo XXI, Tony revive esa tradición con una mezcla de ingeniería popular, romanticismo y obstinación cubana.
Sátira en movimiento
Porque hay que decirlo: mientras el Estado anuncia “nuevos planes recreativos”, Tony ya lo resolvió a su manera. Su “equipo de diversiones” parece gritar: “¡Dejen de planificar tanto y construyan algo que funcione!”.
Mientras algunos ministerios redactan estrategias, él suelda esperanza en el portal de su casa. Mientras otros reparten discursos, él reparte vueltas, risas y un poco de vértigo mecánico a los niños que hacen cola con los ojos brillando.
¿Un parque de diversiones oficial? No. ¿Un presupuesto estatal? Tampoco.
Esto es Cuba: donde la genialidad individual suple el abandono colectivo.
Donde un hombre con un puñado de hierros y mucha fe convierte la chatarra en felicidad.
Como bien diría un vecino entre carcajadas:
“Si los rusos ven esto, lo compran para el museo de invenciones imposibles... ¡y lo declaran patrimonio del ingenio cubano!”
Y sí, puede que no cumpla con las normas ISO ni tenga certificado de seguridad, pero tiene algo mucho más importante: el alma de un pueblo que, incluso entre apagones y carencias, sigue encontrando razones para sonreír.
(Referido por Jesús Fernández Garnier)
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