La Cuba de ahora mismo no se parece a ninguna otra porque es una mezcla de capitalismo de Estado usurpador, de timbiricheros creídos de que le han dado la patá a la lata y una gran masa hambrienta de justicia, alimentos, medicina y luz e ignorante de la pluralidad democrática y ensimismada en el enfoque binario de buenos y malos, que tanto ha beneficiado a la dictadura más vieja de Occidente.
Y ante esta realidad y la justa decisión de la administración Trump de acabar con la sopa boba, que durante años financió -con fondos federales- la aventura melancólica de los más avispados; incluidos los becarios Woke que actúan como si hubieran descubierto el azúcar crudo y la conveniencia de beber agua sin mascar.
Cuba es ahora una sociedad más plural y tolerante por la combinación de la necesidad de la tiranía de maquillar el absurdo totalitario y el despertar cívico de una parte de los cubanos, que saben que es posible otra forma de vida, más apegada a la felicidad que a la ideología.
Paradójicamente, el Movimiento 26 de julio puede servir de inspiración a los renovadores de la oposición cubana, a partir de sus exitosas campañas de propaganda y de recaudación de fondos: el embrión del castrismo ilusionó a millones de cubanos y persuadió a la sacarocracia para que financiara su empeño, que también consiguió el respaldo de Estados Unidos, que detestó a Fulgencio Batista.
Otra experiencia a tener en cuenta es la Concertación Democrática chilena, que derrotó a Pinochet, con sus propias armas, en el referendo que el dictador creyó ganar y perdió. El mérito de la Concertación chilena fue que juntó a todos los que tenían un agravio de la dictadura militar, sin distinguir entre galgos y podencos.
Uno de los pecados de la oposición anticastrista es que sigue siendo fragmentada, en pequeños grupos aparente irreconciliables entre sí, pese a las pequeñas dimensiones del país, población y espacio sociopolítico.
Algo hace mal la oposición, cuando no ha sido aún capaz de seducir a los ricos cubanos de Miami y otras playas, de movilizar gradualmente a la mayoría de los cubanos, que anhelan un cambio real y perdurable y la reducida dimensión del espacio sociopolítico. Pueblo pequeño, infierno grande.
La oposición cubana debe poner todo su empeño en diseñar y crear una convergencia a favor de todos y en contra de nadie; evitando los mensajes catastrofistas, amenazas inspiradas en San Bartolomé e ir generando espacios para los cubanos que no tienen manchadas las manos de sangre, aunque militen el partido comunista o desempeñen trabajos estatales.
La manía de desconocer la realidad cubana solo beneficia a la vieja tiranía, que se bebe una o más botellas de buen ron, cada vez que un cubano aparece denunciando a otro porque en algún momento de su vida ejerció de revolucionario.
En los últimos 66 años, los cubanos solo han tenido tres opciones, integrarse, oponerse o simular; a día de hoy hay más simuladores y exiliados e inxiliados que militantes, pero con ellos debe contarse también a la hora de reconstruir la nación; como habrá que establecer diálogos con militares sin crímenes y que también albergan una idea de cambio.
Cualquier otro cuento de caminos, conduce a la melancolía de todo esfuerzo baldío y ya sabemos que desde 1962, Estados Unidos respeta el compromiso de de no invadir militarmente a Cuba y ni siquiera decidió un bombardeo selectivo cuando la dictadura asesinó a cuatro jóvenes cubanos pilotos de Hermanos al Rescate, en aguas internaciones.
El dinero es necesario para ejercer la política, que es una actividad humana y necesaria, pero lo que no debe ocurrir es que el grueso de los fondos se queden en las estructuras creadas en ultramar y apenas lleguen recursos a la valiente oposición interna, que es la que asume mayores riesgos, como confirma el actual proceso de excarcelamiento a cuentagotas de presos políticos.
Los afuerinos siempre desempeñan un papel secundario en las transiciones, cuyo protagonismo corre a cargo de los adentrinos más valientes y comprometidos, incluidos quienes simulan dentro de la propia dictadura.
El éxito de la oposición cubana no descansa en conseguir fuentes de financiamiento alternos de gobiernos democráticos, con sus propios intereses sobre Cuba, sino en obtener recursos de cubanos; incluidos nuevos minipymeros; asumiendo que luego, unos y otros, pasarán la correspondiente factura por los servicios prestados, incluida una prima de riesgo.
El resto es la banalidad que acompaña a muchos fatuos y pícaros; creídos en la posesión de la verdad y sin conexión real con la Cuba que sufre.
Renovarse o morir, es la disyuntiva de la oposición cubana.
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