En los techos cubanos, entre platos, ollas y tarros reciclados, se impone una nueva especie metálica: la antena casera 4G, ese intento de resistencia (y bien creativa) por lograr que la conexión no se caiga justo cuando carga un video de La Mafia de Cienfuegos o cuando el paquete de la semana todavía está intacto (cosa rara, por lo demás).
A continuación, una guía paso a paso para que usted también pueda unirse a esta revolución del alambre.
Paso 1: Recolectar lo que nadie quiere (y convertirlo en oro)
Busque por la casa un plato parabólico viejo, una olla metálica olvidada o ese tarro de leche en polvo del Período Especial.
Si brilla y refleja, sirve.
Lo importante es que haga las veces de “oreja” para escuchar las ondas que ETECSA reparte con cuentagotas.
(Consejo práctico: no use la olla donde cocina los frijoles, que después se queja de que la antena huele a comino).
Paso 2: Crear el corazón del invento (el dipolo)
Corte dos pedacitos de alambre rígido o de varilla, de unos ocho centímetros cada uno.
Uno representará el “+” y el otro el “–”, pero tranquilos: aquí no hay electricidad, solo fe.
Únalos al cable coaxial —el que después irá al módem o al teléfono— y aísle bien las puntas con cinta.
(Cable coaxial: de esos que servían para el televisor Panda. O que todavía sirven; el que nunca sirve es el Panda, por culpa de la eterna crisis electroenergética).
Paso 3: Montar el invento en su trono
Coloque el dipolo justo en el centro del plato o la olla, como si fuera el alma de la criatura.
Si usa una olla, hágale un huequito al fondo para pasar el cable.
Amarre el conjunto con bridas, alambre fino o lo que encuentre a mano.
(La estética no importa: esto es tecnología de resistencia, no diseño italiano).
Paso 4: Conecte, suba y apunte (sin miedo a las alturas)
Suba al techo con cuidado —no vaya a ser que piensen que no puede más—.
Conecte el cable coaxial al módem USB o al adaptador de su teléfono.
Luego, oriente la antena hacia donde crea que está la torre de señal.
Si no sabe dónde está, no se preocupe: en Cuba nadie lo sabe con certeza.
Gire despacito hasta que la barrita suba.
(Y si tiene un vecino con buena señal, apunte hacia su casa. A veces eso también funciona).
Paso 5: Pruebe, ajuste y celebre
Observe la intensidad de la señal.
¿Subió de una rayita a tres? ¡Felicidades!
Usted acaba de lograr lo que parecía imposible: mejorar Internet sin esperar una “inversión extranjera”.
¿No mejora? Mueva el plato un poquito más, cambie de ángulo, rece o súbase a una silla más alta.
(La antena casera es como el amor cubano: hay que probar, ajustar y no rendirse nunca).
Paso 6: Proteja su invento
Cuando logre buena conexión, no lo deje a la intemperie.
Envuelva las uniones con cinta aislante, plástico o un pedacito de nailon.
El sol, la lluvia y los gatos del barrio son los tres enemigos naturales de la señal.
(Y cuidado con el viento: ya hay antenas que han volado más lejos que los sueños de emigrar).
Epílogo
Si todo sale bien, podrá ver un video sin pausas o mandar un mensaje sin tener que subirse a la azotea con el celular en alto.
La antena 4G casera no hace magia, pero demuestra el poder del ingenio cubano: esa habilidad ancestral para sacarle la lasca a todo y dejar claro que, aquí, todavía no está todo inventado.
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