El Grupo Azucarero Azcuba, empresa estatal que sustituyó al histórico Ministerio del Azúcar, acaba de celebrar un nuevo aniversario de su fundación. Sin embargo, la conmemoración llega en uno de los momentos más críticos para el sector azucarero cubano, que atraviesa una crisis estructural sin precedentes en toda su historia republicana.
A pesar de los discursos oficiales sobre “resistencia” y “esfuerzo”, los números no mienten. Mientras en la década de 1980 Cuba producía más de ocho millones de toneladas de azúcar, las últimas zafras han rozado el colapso: apenas 350 000 toneladas en 2023-2024 y menos de 150 000 en la campaña actual, según fuentes internacionales. Es el nivel más bajo en más de un siglo.
Durante décadas, el azúcar fue el corazón de la economía cubana. La isla llegó a ser conocida como “el granero dulce del mundo”, y la caña de azúcar definió su paisaje, su cultura y su sistema de vida rural. Hoy, sin embargo, Cuba ni siquiera produce lo suficiente para cubrir su propio consumo interno, estimado en más de 600 000 toneladas anuales.
La consecuencia inmediata es tan paradójica como dolorosa: el país que exportaba azúcar a todo el planeta ahora debe importarla para abastecer su red de racionamiento y sus compromisos comerciales.
Causas de un colapso anunciado
El declive del sector no es nuevo, pero se ha acelerado de forma dramática. Entre las causas más señaladas figuran:
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Escasez crónica de insumos, desde combustible hasta fertilizantes y piezas de repuesto.
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Infraestructura obsoleta: decenas de centrales cerrados o trabajando muy por debajo de su capacidad.
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Rendimientos agrícolas mínimos, afectados por la falta de tecnología y la baja calidad de la caña.
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Gestión ineficiente y falta de incentivos, que desmotiva a los productores y trabajadores del sector.
Incluso industrias asociadas como la del ron cubano, dependiente del azúcar nacional, han comenzado a sufrir las consecuencias: la falta de materia prima amenaza la producción de una de las pocas exportaciones de prestigio que aún le quedan a la isla.
Una celebración fuera de tiempo
En medio de ese panorama, las celebraciones del aniversario de Azcuba han sido recibidas con escepticismo e indignación. En redes sociales, muchos cubanos se preguntan qué se está celebrando exactamente, cuando el país apenas logra producir el 2 % de lo que generaba hace 40 años.
Los actos oficiales, realizados en distintos territorios, repitieron el tono triunfalista de siempre: menciones al “heroísmo de los trabajadores del azúcar”, “las difíciles condiciones del bloqueo” y la “determinación revolucionaria de seguir adelante”. Pero en los bateyes, la realidad es otra: centrales en ruinas, cañaverales abandonados, desempleo y desesperanza.
El derrumbe de la industria azucarera no solo implica pérdidas económicas; es también un símbolo del agotamiento de un modelo productivo y político que no ha logrado renovarse. La crisis del azúcar es, en el fondo, la metáfora de un país que vive de recuerdos gloriosos, mientras la realidad se le deshace entre las manos.
Cuba, alguna vez “la isla del azúcar”, hoy mira con nostalgia sus viejos ingenios mientras Azcuba celebra un aniversario que pocos sienten como motivo de orgullo.


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