Agua por liebre


Supuestamente se lo vendieron como detergente en la antigua tienda “La amistad”. Mi vecino ha intentado por todos los medios sacarle espuma al misterioso líquido, pero nada. Sin resultados. Por fin llega a una conclusión: le vendieron agua por liebre. Este pirañeo cotidiano empieza desde la fábrica hasta el consumidor. Primero muerden los jefes que, en contubernio con los dirigentes, se llevan la mejor tajada. Lo que debía ser cinco galones termina siendo un litro. ¿Qué pasó con el resto? Se echó a perder, hubo un derrame… y por ahí va la cosa. Los trabajadores, que no están allí por el salario que les pintan, resuelven como pueden su pedacito. Todo el mundo se va empapando de detergente, desde el que lo lleva, hasta el que lo recibe en la tienda. Es allí donde comienza el trabajo más miserable de todos, porque el producto llega tan aguado, que alterar su composición química lo convierte en descaro. Sin embargo, la necesidad obliga y a estas alturas da igual que sea evidente. El periplo del detergente y todos los demás productos llega entonces a su destino final: a las manos del consumidor. Agua en lugar de refresco, masa extraña en lugar de pan, productos descompuestos que ya ni sirven para dárselo a los animales, migajas miserables de la realidad. 

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