Un hijo que se va y un padre que se queda


Acaba de llegar a Nicaragua y parece medio perdido. No sabe si fueron los efectos de montarse en avión por primera vez o los nervios de enfrentar un viaje impredecible. No tarda en orientar su brújula. Ese norte que ha de encontrar y en el que ha puesto todas sus cartas. Ningún temor lo sobrecoge. Su novia hizo el mismo recorrido semanas antes y llegó perfectamente bien a los Estados Unidos. No la sigue a ella expresamente. En este punto hay conexiones más fuertes que mueven la vida: vivir de verdad, por ejemplo. En Cruces dejó la carrera de medicina y también el único cordón umbilical que lo une a su origen: un padre. Pero “los hijos se parecen más a sus tiempos, que a los padres”. Y cada quien tiene lo que construye. Y mientras avanza hacia la frontera, el padre enciende luces a Changó. Implora a todo lo que existe arriba y debajo de la tierra que proteja a su hijo, pedazo de su ser. Ahora queda completamente solo enfrentando la noche; preso del insomnio, víctima de la preocupación. Él ha sido siempre revolucionario y no lo dejará de ser. Pero ahora, con este golpe de la vida… ¡cuántas cosas no se agitan en su corazón! Unos días atrás consideraba “gusano” a quienes estaban del otro lado pinchando su ideal. ¿Cómo lidiaría en adelante si alguien se atraviese llamar gusano a su hijo? Nada de eso importa ya. Hay cosas que se han movido de lugar y no pueden arreglarse. Vuelve a mirar las velas encendidas en el altar de Changó y deja que la luz lo ciegue, dolorosamente. 

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