La suerte que corrió Camilo Cienfuegos


Un homenaje macabro: el asesino que obliga a su pueblo a llevarle flores a su propia víctima. En octubre  de 1959, el comandante Huber Matos, jefe militar de Camagüey, le escribió una carta a Fidel Castro renunciando a la jefatura militar, explicándole que no quería ser cómplice de la conversión de Cuba al comunismo. Fidel reaccionó violentamente y envió a arrestarlo al comandante Camilo Cienfuegos, entonces jefe del Estado Mayor y la segunda figura más importante de la revolución, un personaje popularmente querido por su carisma. Camilo se dio cuenta de que no estaba en presencia de un conspirador y no quiso ser parte de la persecución a un compañero de lucha al que apreciaba. A los pocos días, en un vuelo de Santiago de Cuba a La Habana en una avioneta Cessna, Camilo y el piloto desaparecieron, dando lugar a numerosas conjeturas. El testimonio de mayor peso es el de Jaime Costa, conocido como el catalán, un comandante histórico de la Revolución, ex-atacante del Moncada y expedicionario del Granma, que luego sería preso político de Castro, quien dice haber estado presente el día que mataron a Camilo. En su libro “El clarín toca al amanecer”, da cuenta de cómo el comandante Juan Almeida lo llevó al sitio donde interrogaban a Camilo, en un lugar apartado donde existía una pista de aterrizaje. Allí le disparan una ráfaga de ametralladora y varios tiros de pistola, arrastran el cadáver a la avioneta y le prenden fuego, presumiblemente con el piloto dentro. El relato de Costa, muy parecido al que sostuvo hasta su muerte el sindicalista Eduardo García Moure, vinculado al Movimiento 26 de Julio, es lateralmente corroborado por el periodista Carlos Franqui. Según la historia que contara este periodista, al “desaparecer” Camilo, el gobierno, aparentemente, hizo un gran esfuerzo por encontrar la avioneta y él, en su condición del director del diario más importante de Cuba en ese momento, envió a su mejor fotógrafo, Jesse Fernández, y a su mejor cronista, Guillermo Cabrera Infante, a que acompañaran a Fidel Castro en las labores de búsqueda. Ambos le reportaron a Franqui que durante la búsqueda Fidel había tenido una actitud indiferente, nada ansiosa, como si supiera que aquella aparatosa maniobra era inútil y sólo servía como coartada para no contar el verdadero final de Camilo. (Pág. 77-79 del libro Sin ir más lejos de Carlos Alberto Montaner). 

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