¿Dónde están los comunistas?


¿Dónde están los comunistas? Posiblemente vivieron en la imaginación de Carlos Marx y ya. Lenin El Terror intentó materializarlo, pero nunca se fraguó. La razón es muy sencilla: ser comunista es antinatural e inhumano. No hay sobre la tierra persona alguna dispuesta a renunciar a su forma de ser, inhibir sus deseos, ambiciones y reducir sus esperanzas de vida a la nada. Para un sistema totalitario, despojar a los ciudadanos de su identidad y convertirlos en su propiedad es el objetivo fundamental. Con el cuento del pan y los peces hicieron polvo a un hermoso país. Castro y su equipo de ladrones decretaron un estado comunista para controlar a la nación y fueron capaces de sembrar un ideal utópico en el corazón de muchos, pero la realidad demostró a los que se despertaron tarde, que el trasfondo del cuento era mantenerlos encerrados para disfrutar ellos de sus privilegios. Mientras pedían sacrificios sublimes a la población cubana, los militares, dirigentes y pinchos grandes vivían a toda caña. Fidel Castro sabía que para mantener ese estilo de vida había que ser discreto, por eso no le tembló el pulso para castigar a Carlos Lage, Felipe Pérez Roque y otros defenestrados a los que se les fue la mano con la salsa. ¿Y cómo controlar a los hijos, sobrinos y nietos de todos esos pinchos que llegaban a la escuela con chofer o daban fiestas capitalistas en sus casas de Miramar? A medida que enfermó el viejo, aumentó el exhibicionismo, la desfachatez. Mono hace, mono ve. Y con este lema, la gente de abajo exhibió sin tapujos sus descaros. La secretaria del partido que pasa con un saco de pollo para su casa, el presidente del poder popular que resolvió los quince de su hija en tal hotel, la delegada que le dieron unas donaciones pero ahora las vende en el portal de su casa…  Los privilegios no alcanzan para todos. Cada vez hay menos sacos de arroz que robar, menos botellas de aceite que compartir. En derredor crece una población sumida en necesidad, que contempla el espectáculo del descaro frente a sus narices. 

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